Te despiertas, y apenas treinta
minutos después ya estás corriendo hacia algún lugar al que llegas
tarde. En el camino te cruzas con personas que corren también: una
mujer con el moño bien apretado, y una chica con la melena recién
lavada y alisada; un señor con bigote y un periódico debajo del
brazo, un hombre trajeado que agarra con fuerza su maletín de cuero,
y un grupo de jóvenes con las mochilas tan llenas, que a algunas de
las cremalleras les es imposible cerrar. Personas diferentes, únicas,
con una historia detrás de ellos que apenas puedes leer detrás del
fuerte olor a perfume que desprenden a primera hora de la mañana. Te
cruzas con ellas sin plantearte quiénes son, sin darte a penas
cuenta de que son personas. Da igual empujar para salir de tu vagón
de tren o tropezar con un carrito de bebé, es demasiado importante
llegar a tiempo, no puedes perder tu tren. Además, suficiente tienes
ya tú con lo que te ha dicho antes de salir de casa. Pero no tienes
tiempo de pensar en eso ahora, tu objetivo es llegar sin que te
pongan falta.
Lo conseguiste, esta mañana
llegaste a tiempo, por los pelos, y aunque te prometes que no volverá
a suceder, sabes que por la mañana retrasarás la alarma del móvil
de nuevo. Pero bueno, que más da, volverás a llegar si corres un
poco, como hoy. Ahora toca descansar después de un duro día de
trabajo: un poco de tele y a dormir. Ni siquiera pones las noticias,
no son entretenidas, sino más bien desagradables, asique te decides
por un programa de humor ligero, así despejas tu mente.
La mujer con el moño apretado de
esta mañana coloca sus horquillas encima del tocador mientras le
cuenta a su marido los detalles de la boda de su compañera de
trabajo. La chica de pelo liso por su parte, aplica la segunda capa
de esmalte rojo en sus uñas mientras escucha el último tema de su
grupo favorito. El señor con bigote prepara la cena para su familia,
y el hombre del maletín de cuero pide la cuenta en el restaurante
más caro de la ciudad después de pedir matrimonio al chico del que
está enamorado. El grupo de jóvenes está ahora separado, cada uno
en su casa después de todo el día en la Facultad de Arquitectura.
Cada uno por su cuenta, cada uno a
su vida. Todos preparándose ya para volver a madrugar al día
siguiente, para volver a correr hacia sus respectivas
responsabilidades. Cada uno tan ahogado en su propia vida que no le
queda espacio para pensar en otra cosa. Mañana volverán a cruzarse,
volverán a empujar para salir del vagón y volverán a pasar por
alto que los demás son personas. Eso no tiene importancia cuando
llegas tarde al trabajo ¿no? Da igual si en el camino te encuentras
con niños que van al cole llorando, o con un equipo de barrenderos
que empieza su jornada laboral; da igual que el coche que iba a pasar
te pite porque no has respetado el semáforo en rojo; da igual que
siga ahí el mendigo que te pide comida todos los días en el tren;
da igual que en el mundo estén ocurriendo cosas horribles, no tienes
tiempo de pensar en eso, tienes que llegar a tiempo.
De esa forma cuando llegues a casa
por la noche te sentirás orgulloso, tanto, que merecerás un
descanso, tanto, que de nuevo no tendrás tiempo de pensar en los
problemas de los demás.
Mañana será otro día. Otro día
igual que todos. Y así sigues, sin detenerte, corriendo de un lado
para otro. Sin parar un momento, mirar a la persona que se sienta en
frente de ti y pensar que detrás de ella hay toda una vida de
alegrías y problemas, igual que la tuya. Sin parar un momento y
pensar, y darte cuenta que no eres el único en el mundo.
Los días pasan, y pasan volando,
y con ellos la esperanza de que nos miremos los unos a los otros como
personas.